A lo largo de la historia numerosos personajes se han cuestionado si es posible conseguir un estado de paz permanente, y si así es, cómo llegar a él. Empezando por Dante Alighieri en el siglo XIV que pensaba en un Imperio Mundial para acabar con la guerra, o pasando por Rigoberta Menchú o Mahatma Gandhi, muchos han sido los que han luchado por y para la paz pero una pregunta queda todavía hoy en el aire:
¿Cómo pueden los países alcanzar un equilibrio de paz?
Esta es precisamente la cuestión sobre la cuál Kant comienza a reflexionar frente al papel tan importante que tuvo la guerra en el desarrollo de la sociedad y la política en el período que le tocó vivir.

En primer lugar, según Kant, la paz es el sentido último del progreso y de la historia y también del ordenamiento político, apostando, al igual que hicieron otros filósofos como Saint-Pierre o Rousseau, por un pacifismo político y tratando de demostrar que no hay guerra justa o razonable, sino que lo único razonable es acabar para siempre con la violencia. De esta forma, para el filósofo la paz no es un estado natural del hombre por lo que debe ser instaurada e impuesta sobre la tendencia natural de permanecer en conflicto.
Así pues, este proyecto kantiano es jurídico y no ético, ya que Kant no espera un cambio favorable en la bondad de los hombres, sino que lo que intenta es construir un orden jurídico que consiga situar a la guerra como algo ilegal.

Así, el autor se opone a la idea de un derecho de guerra que obligue a las naciones a pactar tratos y a vivir en un constante peligro de conflictos.
Sin embargo, para que todo esto se lleve a cabo, debe cumplirse un requisito esencial: que sean los ciudadanos los que decidan sobre la guerra o la paz y no un único individuo o una élite o grupo de personas en particular. Aunque otra cosa que garantizase la paz era la desaparición de los ejércitos para así evitar los conflictos entre estados.

Quizá sean necesarios aún otros doscientos años para que la paz perpetua de la que hablaba Kant, y a la que muchos vemos como una posibilidad y no como una utopía, pueda ser en lugar de sólo una idea una realidad, pero desgraciadamente es mucho más fácil desear la paz que renunciar a la guerra.